lunes, 2 de abril de 2012

Completos Desconocidos + Pequeños Inocentes


ANTES DE LEER
Es la historia con el final más abierto que puede haber, más que nada porque aún no está terminada (ni la pienso terminar), el caso es que compliqué demasiado la trama y la dejé así.
Bueno, espero que os guste, aunque no es de las mejores que tengo.

Completos Desconocidos ~
Se dio la vuelta para dedicarme una última sonrisa que me marcó para siempre. Porque lo que más duele es perder el único ser que llegaste a amar con locura en algún instante de tu vida.
La mía siempre ha sido un tanto extraña y no la han ocupado demasiadas personas, es más, incluso mis padres llegaron a ser completos desconocidos. De echo todo lo que me rodeaba me resultaba desconocido hasta que lo conocí a él, no era como me lo había imaginado, no era rubio ni tenía unos ojos azul cielo que te pusieran los pelos de punta, tampoco “estaba bueno”, más bien era lo contrario de todo eso, tenía el pelo negro azabache, con un gran flequillo que llegaba a cubrirle parte del ojo derecho, unos ojos marrones y era muy delgado (casi no comía). Nuestro encuentro no fue muy especial, nos conocimos cuando apenas teníamos 14 años en una tienda de discos de la zona.
Casualmente compartíamos gustos musicales así que enseguida nos vimos capaces de entablar una conversación.
Al principio no me sentí nada atraída por él, es más, jamás pensé que llegaría a quererle como le llegué a querer.
A los dieciséis años nos besamos por primera vez, tampoco fue ni mucho menos como lo imaginé, siempre había pensado que el primer beso se daba bajo la lluvia en una calle desierta o en una playa donde los rayos de sol estubieran a punto de extinguirse, pero no, fue en un concierto, lleno de gente y con la música destrozando nuestros oídos. Después de eso empezamos a salir, pero enseguida vimos que no podíamos mantener una relación así, y lo dejamos, supongo que no estábamos hechos para estar juntos.
Después de unos meses sin dirigirnos la palabra volvimos a hablarnos como amigos de toda la vida, imagino que era porque ambos sabíamos que solo nos teníamos el uno al otro, no había nadie más.
A los diecisiete fue cuando todo empeoró, Alan, así se llamaba él, y yo salíamos cada sábado por las calles de Londres, y nos quedábamos allí hasta muy tarde, un día no volvimos a casa. Él y yo nos sentamos en el escaparate de una tienda, todo estaba cerrado. Nadie deambulaba por las calles a esas horas de la madrugada, algún niño se asomaba a la ventana para vernos, y nosotros nos reíamos mientras lo mirábamos. Poco después una furgoneta se paró delante de nosotros, varios hombres vestidos como militares bajaron del vehículo, nos ataron con cuerdas y nos metieron dentro. Eso es lo único que recuerdo de esa noche.
A la mañana siguiente noté que la luz acariciaba mis párpados, y no dudé en abrir los ojos. Ya no estaba en la furgoneta, ahora estaba en una habitación luminosa con un armario, una cama y una alfombra que cubría parte del suelo.
Alan ya no estaba conmigo, ahora estaba sola, me levante, di unos pasos, como la habitación era tan pequeña no tardé ni medio segundo en llegar a la puerta, la abrí cuidadosamente y comprobé que nadie estuviera mirándome. Cuando llegué a la entrada dos hombres me estaban esperando, me dijeron que ya no podía volver a casa, me habían traído aquí para trabajar. Enseguida comprendí e intenté huir pero otro hombre vestido como los que me metieron en la furgoneta el día anterior me agarró por detrás y no pude moverme.
-¿Dónde está Alan? –pregunté.
-Tranquila, podrás ver a tu amigo más tarde. –contestó uno de los hombres.

Estaba claro, me habían capturado para meterme en algún local a hacer de puta, aunque de hecho me daba igual, mi vida ya era bastante pésima, no me importaba que tuviera que empeorar más.
Me fui por donde había venido y regresé a la pequeña habitación. Me tumbé en la cama, intentaba convencerme de que todo me daba igual.
De pronto la puerta de la habitación se abrió, era él, Alan, la primera palabra que salió de su boca al verme fue: “Perdón”; no tardó en contarme que todo estaba perfectamente planeado y que él era el culpable, llegué a pensar que era un sueño, que todo eso no estaba pasando, pero era así.
Alan era drogadicto, sus vendedores se cabrearon con él por no pagar sus deudas y acabó engañando a chicas como yo para que se hicieran prostitutas, por cada chica que traía ganaba bastante pasta con la cual pagaba sus deudas y compraba más y más. Yo no me lo podía creer, el chico en el que tanto confié, al que me dejé robar el primer beso… Resulta que en realidad es un tío de esos a los que solo les importan el dinero y las drogas.
Decepcionada le dije que se fuera, él no hizo caso y se quedó quieto frente a mi. Yo no me atrevía a dirigirle la mirada, más bien no quería, ahora mismo le odiaba. Cuanto más me miraba más rabia me daba. Ese día me juré a mi misma no volver a sentir lo que sentí con Alan por ninguna otra persona. No obstante mi promesa duró poco, ya que Alan volvió a ser alguien importante para mi, solo con un simple “Te quiero”.
Decidí perder la virginidad con él antes que con un tío podrido de dinero que va a los clubes a divertirse un rato con cualquier chica que se les presente.
No fue como esperaba, supongo que Alan no es el típico chico romántico que todas las chicas creen, o solo lo es por fuera, en realidad las chicas no le importan una mierda, solo se preocupa por él mismo. Y yo como una tonta dejaba que hiciera conmigo lo que le apetecía, y no me refiero solo a sexo.
Un día me cansé, hice la maleta y cogí el primer tren a Brooklyn sin que nadie se enterara, cuando se dieran cuenta ya sería demasiado tarde.
Conseguí cogerle bastante dinero al “jefe” así que tenía lo suficiente para vivir durante unos meses en algún hotel de allí.
Nada podía ir mejor, mi vida cambió por completo, empecé a hacer amigos por todos los sitios a los que iba, incluso tuve varios novios, aunque el que más me marcó fue Derek, tocaba la guitarra para una banda de rock, y me ayudó mucho cuando estaba allí. No obstante a los pocos meses Alan descubrió donde me encontraba y tuve que huir lejos, no logré despedirme de nadie, aunque luego llamé a Derek desde una cabina telefónica con el poco dinero que había conseguido coger antes de la llegada de Alan. Me dijo que me mandaría dinero al apartado de correos que le dijera, y así lo hizo. Tuve bastante para sobrevivir unos meses más, esta vez en Jersey.
Me las apañé para conseguir trabajo a media jornada, me costó bastante ya que no tenía ningún estudio ni matriculación, de hecho aún no comprendo como pudieron contratarme. Era una pizzería italiana, lo único que debía hacer era llevar las pizzas a las direcciones que el jefe me daba. Cada mes ganaba 1.326 $, me bastaba para vivir, incluso diría que me sobraba.

ANTES DE LEER
Si, en esta entrada hay dos relatos, la trama de este segundo está mucho mejor, aunque también está inacabado y quizá la expresión es más pobre porque hace un año que lo hice. Bueno...¡Espero que os guste!

Pequeños Inocentes~
Era sábado, ese sábado tan esperado en el que los padres de Sayl se iban a Francia por asuntos de trabajo. A ella le gustaba estar sola, sentir que no había nadie en casa la relajaba. Sus padres se fueron a las nueve de la mañana, y ella se hizo la dormida para que no se despidiesen con los atosigantes besos que acostumbraban a dar. Cuando oyó que la puerta se cerraba abrió los ojos y pensó que quizá había estado un poco cruel, pero ella era una chica mala, una chica sin sentimientos ni emociones. Se reía cada vez que pensaba en eso.
Un día perfecto; nubarrones negros ocupaban todo el cielo, y pequeños cristales de hielo denominados nieve caían suavemente sobre el suelo.
Sayl tenía pensado salir a tomar el aire, seguramente no habría ni un alma por la calle, cosa que no le disgustaba.
Pero Sayl no sabía que todos sus planes se iban a tener que suspender, gracias a la persona que menos esperaba recibir.
Llamaron al timbre, Sayl se extrañó, no esperaba recibir ninguna visita.
-¿Sí? –preguntó.
-Hola, ¿eres Sayl? –contestó un chico al otro lado de la puerta.
-Me suena tu voz, ¿quién eres?
-Ábreme, soy Dylan.
Sayl se sorprendió. ¿Dylan? Al parecer ella había estado metida en una Web de Internet, donde lo conoció. Hacía mucho que no se hablaban, además él vivía muy lejos de Londres, para ser mas concretos vivía en Andalucía.
Sin hacerse mas preguntas tontas, Sayl abrió la puerta.
Delante suyo una silueta difuminada y borrosa, con las manos en los bolsillos.
Sayl sintió nostalgia al recordar esas conversaciones de hace dos años.
-Bueno, ¿para qué has venido?
-Para hablar contigo.
-Pero si casi no nos hablamos. –dijo Sayl.
-Lo se, por eso mismo. Necesito hablar con alguien que no me conozca demasiado.
Ella le hizo pasar. Los dos se sentaron en las viejas sillas del comedor, y permanecieron largos minutos en silencio.
-Siento molestarte, necesitaba a alguien con quien no tuviera mucho contacto, y de esos tu eres la que me cae mejor. –dijo él.
-¿Lo debo considerar un honor? –se rió ella.
-Necesito ayuda Sayl. –contestó él seriamente.
-Bien, ¿qué quieres? –se puso seria.
-El otro día me invitaron a ir a la piscina. ¿Sabes qué dije?
-¿Qué dijiste?
-Que no.
-¿Por qué? –preguntó ella sorprendida.
Dylan se levantó y se colocó de espaldas en la blanca baldosa que había en frente de la silla donde estaba sentada Sayl. Entonces se llevó las manos a la cintura y lentamente se levantó la camiseta negra, dejando así su espalda al descubierto.
Ella se quedó perpleja, sorprendida y asustada. Se levantó:
-Perdona, no se me da bien consolar.
Él no dijo nada.
La espalda de Dylan estaba llena arañazos, moratones, rasguños y heridas que comenzaban en la parte de arriba esparciéndose a los lados y que luego descendían no se podía determinar hasta donde ya que el pantalón cubría una parte de ellas.
-¿Quién te lo ha hecho? –preguntó ella.
-Mi madre. –respondió él con cierto aire melancólico.
-¿Tienes bañador? –preguntó ella sonriendo.
-No. –respondió él.
Ella se levantó corriendo hacía la habitación de sus padres, y cogió el primer bañador masculino que vio. Era negro, con rayas rojas en la parte inferior.
-Pruébatelo. –le lanzó el bañador a Dylan.
Él con un gesto le dijo que se girara.
-Ah, perdón. –se giró ella.
Después de unos minutos en silencio donde solo se oían pequeños ruidos que hacía el bañador al entrar en contacto con la piel de Dylan.
-Creo que me va grande. –dijo él aliviado al no tener que recurrir a ningún plan de Sayl.
Ella se levantó y sacó del armario una caja roja. La abrió y sacó una aguja de coser e hilo negro.
-¿Qué vas a hacer? –preguntó él algo asustado.
Ella, sin decir nada, se acercó y se agacho delante de Dylan. Calculó cuanto le sobraba del bañador y empezó a pasar la aguja por las telas de éste.
-Como se te caiga el bañador… –la amenazó él.
-Tranquilo, no tengo interés en ver nada. –se rió ella.
Él suspiró y miró al techo.
-Ya esta. –dijo ella sacudiéndose las manos y acercándose a la caja para volver a depositar la aguja y el hilo en su sitio.
-Oye, eres un poco patosa, ¿no? –dijo él fijándose en los “apaños” que le había echo en el bañador.
-Da igual, no nos verá nadie. –dijo ella con cierto aire de picardía.
Dylan cada vez estaba más asustado. Recordó una vez que Sayl se emborrachó y se puso a decirle chorradas por correo. Posiblemente fue por cosas de ese estilo por las que se dejaron de hablar.
Sayl se puso el bañador en poco tiempo mientras Dylan se giraba mirando hacía la pared.
Después se colocó una camiseta por encima, él hizo lo mismo.
Después ella cogió una bolsa de la cual Dylan no sabía nada y le condujo hasta la estación.
-¿Vamos a coger un tren? –preguntó.
-¡Nos vamos a una playa de Bristol! –soltó ella por fin desvelando la sorpresa.
-¡¿Estás loca?!
-¿Porqué? –preguntó.
-Allí hay mucha gente. Parece que no has entendido nada. No fui a la piscina porque me avergüenzo de lo que me pasa. ¡Que me vean mil personas no soluciona mi problema! –dijo él enfadado.
-Confía en mí. –dijo ella.
Dylan no confiaba para nada en ella, pero no podía hacer otra cosa que seguirla.
Se subieron al tren que llevaba a Bristol, en unas dos horas estarían allí. Se sentaron uno al lado del otro. Sayl se quedó dormida y apoyó su cabeza en el hombro de Dylan.
De repente el tren dio un frenazo que hizo que ella se cayera sobre las rodillas de él y se despertara. Se puso nerviosa y se levantó de golpe.
-Perdona. –dijo.
Dylan movió la cabeza como diciendo que no pasaba nada. Entonces se dieron cuenta de que habían llegado ya.
Bajaron las gruesas escaleras hasta llegar abajo. Se respiraba un aire limpio que traía pequeñas partículas de sal que le daban un ambiente a playa que a Dylan, aunque no lo quisiese reconocer, le encantaba.
Estuvieron andando un poco y por fin llegaron a la playa.
-¿Lo ves? Está todo lleno de gente. –dijo él bajando la cabeza.
-Ven. –dijo ella.
Pasaron por encima de unas rocas bastante puntiagudas que les habrían echo daño en los pies si no fuera porque Sayl había traído dos pares de bambas en la misteriosa bolsa que había cargado durante todo el trayecto.
Cuando llegaron abajo un bosque espeso lleno de árboles les hacía más complicado el paso. Tardaron media hora en travesar el bosque que les llevó a una playa solitaria la cual Sayl ya conocía muy bien.
Dylan se quedó sorprendido, maravillado y también orgulloso de haber seguido a Sayl hasta el final. Ella sonrió y se acercó a la orilla de la playa, donde depositó la misteriosa bolsa.
De ella sacó dos toallas que colocó cuidadosamente sobre el suelo.
-Vaya… ¿Cómo conociste este sitio? –preguntó él.
-Un amigo me trajo aquí hace mucho. –contestó.
Sayl se quitó la camiseta lentamente, y Dylan se quedó embobado mirándola sin decir nada.
-¿Qué miras? –se rió ella.
-Nada. –dijo disimulando él.
-Venga, quítate la camiseta tu también. –dijo ella tirándole un puñado de arena.
-¡Eh! –exclamó él.
-Guerra de arena, te aviso que soy una experta.
-Oh, ¿en serio? Porque yo también. Prepárate. –dijo él riendo.
Se quitó la camiseta al mismo tiempo que cogía un puñado grande de arena. Después se lo tiró a Sayl, que lo intentó esquivar pero no pudo.
Cuando Dylan ya estaba cerca de la orilla, ella se le acercó y le empujó para que cayera en el agua.
-¡Qué fría! –exclamó él.
-Claro que te parece fría, en Andalucía vuestras playas son más cálidas por lo que tengo entendido, ya que están mas al sur –le explicó ella.
-La verdad este año he suspendido geología pero vale.
Ella soltó diversas carcajadas. Entonces él se levantó y se acercó, la cogió de la cintura, y la lanzó al agua.
-¡Eh! ¡¿Cómo te atreves?! –replicó ella.
-Fría, ¿eh? –se rió él.
Entonces Dylan volvió a meterse dentro del agua y ambos explotaron otra vez a carcajadas.
Estuvieron hablando metidos dentro del agua, lo más curioso fue que no hablaron ni una sola vez de los viejos tiempos, hablaban del instituto, de sus amigos, del verano…
A las siete y media aproximadamente decidieron salir del agua y sentarse en las toallas que previamente Sayl había colocado sobre el suelo.
-Gracias por traerme aquí, me lo he pasado muy bien. –le agradeció él.
-No hay de que, yo también he disfrutado. –dijo ella.
Después de eso volvieron  a pasar por el espeso bosque, travesaron las piedras equipados con las bambas, y cogieron el tren en la estación de Bristol.


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