ANTES DE LEER
Es la historia con el final más abierto que puede haber, más que nada porque aún no está terminada (ni la pienso terminar), el caso es que compliqué demasiado la trama y la dejé así.
Bueno, espero que os guste, aunque no es de las mejores que tengo.
Completos Desconocidos ~
Se dio la vuelta para
dedicarme una última sonrisa que me marcó para siempre. Porque lo que más duele
es perder el único ser que llegaste a amar con locura en algún instante de tu
vida.
La mía siempre ha sido un
tanto extraña y no la han ocupado demasiadas personas, es más, incluso mis
padres llegaron a ser completos desconocidos. De echo todo lo que me rodeaba me
resultaba desconocido hasta que lo conocí a él, no era como me lo había
imaginado, no era rubio ni tenía unos ojos azul cielo que te pusieran los pelos
de punta, tampoco “estaba bueno”, más bien era lo contrario de todo eso, tenía
el pelo negro azabache, con un gran flequillo que llegaba a cubrirle parte del
ojo derecho, unos ojos marrones y era muy delgado (casi no comía). Nuestro
encuentro no fue muy especial, nos conocimos cuando apenas teníamos 14 años en
una tienda de discos de la zona.
Casualmente compartíamos
gustos musicales así que enseguida nos vimos capaces de entablar una
conversación.
Al principio no me sentí
nada atraída por él, es más, jamás pensé que llegaría a quererle como le llegué
a querer.
A los dieciséis años nos
besamos por primera vez, tampoco fue ni mucho menos como lo imaginé, siempre
había pensado que el primer beso se daba bajo la lluvia en una calle desierta o
en una playa donde los rayos de sol estubieran a punto de extinguirse, pero no,
fue en un concierto, lleno de gente y con la música destrozando nuestros oídos.
Después de eso empezamos a salir, pero enseguida vimos que no podíamos mantener
una relación así, y lo dejamos, supongo que no estábamos hechos para estar
juntos.
Después de unos meses sin
dirigirnos la palabra volvimos a hablarnos como amigos de toda la vida, imagino
que era porque ambos sabíamos que solo nos teníamos el uno al otro, no había
nadie más.
A los diecisiete fue cuando
todo empeoró, Alan, así se llamaba él, y yo salíamos cada sábado por las calles
de Londres, y nos quedábamos allí hasta muy tarde, un día no volvimos a casa.
Él y yo nos sentamos en el escaparate de una tienda, todo estaba cerrado. Nadie
deambulaba por las calles a esas horas de la madrugada, algún niño se asomaba a
la ventana para vernos, y nosotros nos reíamos mientras lo mirábamos. Poco
después una furgoneta se paró delante de nosotros, varios hombres vestidos como
militares bajaron del vehículo, nos ataron con cuerdas y nos metieron dentro.
Eso es lo único que recuerdo de esa noche.
A la mañana siguiente noté
que la luz acariciaba mis párpados, y no dudé en abrir los ojos. Ya no estaba
en la furgoneta, ahora estaba en una habitación luminosa con un armario, una
cama y una alfombra que cubría parte del suelo.
Alan ya no estaba conmigo,
ahora estaba sola, me levante, di unos pasos, como la habitación era tan
pequeña no tardé ni medio segundo en llegar a la puerta, la abrí cuidadosamente
y comprobé que nadie estuviera mirándome. Cuando llegué a la entrada dos
hombres me estaban esperando, me dijeron que ya no podía volver a casa, me
habían traído aquí para trabajar. Enseguida comprendí e intenté huir pero otro
hombre vestido como los que me metieron en la furgoneta el día anterior me
agarró por detrás y no pude moverme.
-¿Dónde está Alan?
–pregunté.
-Tranquila, podrás ver a tu
amigo más tarde. –contestó uno de los hombres.
Estaba claro, me habían
capturado para meterme en algún local a hacer de puta, aunque de hecho me daba
igual, mi vida ya era bastante pésima, no me importaba que tuviera que empeorar
más.
Me fui por donde había
venido y regresé a la pequeña habitación. Me tumbé en la cama, intentaba
convencerme de que todo me daba igual.
De pronto la puerta de la
habitación se abrió, era él, Alan, la primera palabra que salió de su boca al
verme fue: “Perdón”; no tardó en contarme que todo estaba perfectamente
planeado y que él era el culpable, llegué a pensar que era un sueño, que todo
eso no estaba pasando, pero era así.
Alan era drogadicto, sus
vendedores se cabrearon con él por no pagar sus deudas y acabó engañando a
chicas como yo para que se hicieran prostitutas, por cada chica que traía
ganaba bastante pasta con la cual pagaba sus deudas y compraba más y más. Yo no
me lo podía creer, el chico en el que tanto confié, al que me dejé robar el
primer beso… Resulta que en realidad es un tío de esos a los que solo les
importan el dinero y las drogas.
Decepcionada le dije que se
fuera, él no hizo caso y se quedó quieto frente a mi. Yo no me atrevía a
dirigirle la mirada, más bien no quería, ahora mismo le odiaba. Cuanto más me
miraba más rabia me daba. Ese día me juré a mi misma no volver a sentir lo que
sentí con Alan por ninguna otra persona. No obstante mi promesa duró poco, ya
que Alan volvió a ser alguien importante para mi, solo con un simple “Te quiero”.
Decidí perder la virginidad
con él antes que con un tío podrido de dinero que va a los clubes a divertirse
un rato con cualquier chica que se les presente.
No fue como esperaba,
supongo que Alan no es el típico chico romántico que todas las chicas creen, o
solo lo es por fuera, en realidad las chicas no le importan una mierda, solo se
preocupa por él mismo. Y yo como una tonta dejaba que hiciera conmigo lo que le
apetecía, y no me refiero solo a sexo.
Un día me cansé, hice la
maleta y cogí el primer tren a Brooklyn sin que nadie se enterara, cuando se
dieran cuenta ya sería demasiado tarde.
Conseguí cogerle bastante
dinero al “jefe” así que tenía lo suficiente para vivir durante unos meses en
algún hotel de allí.
Nada podía ir mejor, mi vida
cambió por completo, empecé a hacer amigos por todos los sitios a los que iba,
incluso tuve varios novios, aunque el que más me marcó fue Derek, tocaba la
guitarra para una banda de rock, y me ayudó mucho cuando estaba allí. No
obstante a los pocos meses Alan descubrió donde me encontraba y tuve que huir
lejos, no logré despedirme de nadie, aunque luego llamé a Derek desde una
cabina telefónica con el poco dinero que había conseguido coger antes de la
llegada de Alan. Me dijo que me mandaría dinero al apartado de correos que le
dijera, y así lo hizo. Tuve bastante para sobrevivir unos meses más, esta vez
en Jersey.
Me las apañé para conseguir
trabajo a media jornada, me costó bastante ya que no tenía ningún estudio ni
matriculación, de hecho aún no comprendo como pudieron contratarme. Era una
pizzería italiana, lo único que debía hacer era llevar las pizzas a las
direcciones que el jefe me daba. Cada mes ganaba 1.326 $, me bastaba para
vivir, incluso diría que me sobraba.
ANTES DE LEER
Si, en esta entrada hay dos relatos, la trama de este segundo está mucho mejor, aunque también está inacabado y quizá la expresión es más pobre porque hace un año que lo hice. Bueno...¡Espero que os guste!
Pequeños Inocentes~
Era sábado,
ese sábado tan esperado en el que los padres de Sayl se iban a Francia por
asuntos de trabajo. A ella le gustaba estar sola, sentir que no había nadie en
casa la relajaba. Sus padres se fueron a las nueve de la mañana, y ella se hizo
la dormida para que no se despidiesen con los atosigantes besos que
acostumbraban a dar. Cuando oyó que la puerta se cerraba abrió los ojos y pensó
que quizá había estado un poco cruel, pero ella era una chica mala, una chica
sin sentimientos ni emociones. Se reía cada vez que pensaba en eso.
Un día
perfecto; nubarrones negros ocupaban todo el cielo, y pequeños cristales de
hielo denominados nieve caían suavemente sobre el suelo.
Sayl tenía
pensado salir a tomar el aire, seguramente no habría ni un alma por la calle,
cosa que no le disgustaba.
Pero Sayl
no sabía que todos sus planes se iban a tener que suspender, gracias a la
persona que menos esperaba recibir.
Llamaron al
timbre, Sayl se extrañó, no esperaba recibir ninguna visita.
-¿Sí?
–preguntó.
-Hola,
¿eres Sayl? –contestó un chico al otro lado de la puerta.
-Me suena
tu voz, ¿quién eres?
-Ábreme,
soy Dylan.
Sayl se
sorprendió. ¿Dylan? Al parecer ella había estado metida en una Web de Internet,
donde lo conoció. Hacía mucho que no se hablaban, además él vivía muy lejos de
Londres, para ser mas concretos vivía en Andalucía.
Sin hacerse
mas preguntas tontas, Sayl abrió la puerta.
Delante
suyo una silueta difuminada y borrosa, con las manos en los bolsillos.
Sayl sintió
nostalgia al recordar esas conversaciones de hace dos años.
-Bueno,
¿para qué has venido?
-Para
hablar contigo.
-Pero si
casi no nos hablamos. –dijo Sayl.
-Lo se, por
eso mismo. Necesito hablar con alguien que no me conozca demasiado.
Ella le
hizo pasar. Los dos se sentaron en las viejas sillas del comedor, y
permanecieron largos minutos en silencio.
-Siento
molestarte, necesitaba a alguien con quien no tuviera mucho contacto, y de esos
tu eres la que me cae mejor. –dijo él.
-¿Lo debo
considerar un honor? –se rió ella.
-Necesito
ayuda Sayl. –contestó él seriamente.
-Bien, ¿qué
quieres? –se puso seria.
-El otro
día me invitaron a ir a la piscina. ¿Sabes qué dije?
-¿Qué
dijiste?
-Que no.
-¿Por qué?
–preguntó ella sorprendida.
Dylan se
levantó y se colocó de espaldas en la blanca baldosa que había en frente de la
silla donde estaba sentada Sayl. Entonces se llevó las manos a la cintura y
lentamente se levantó la camiseta negra, dejando así su espalda al descubierto.
Ella se
quedó perpleja, sorprendida y asustada. Se levantó:
-Perdona,
no se me da bien consolar.
Él no dijo
nada.
La espalda
de Dylan estaba llena arañazos, moratones, rasguños y heridas que comenzaban en
la parte de arriba esparciéndose a los lados y que luego descendían no se podía
determinar hasta donde ya que el pantalón cubría una parte de ellas.
-¿Quién te
lo ha hecho? –preguntó ella.
-Mi madre.
–respondió él con cierto aire melancólico.
-¿Tienes
bañador? –preguntó ella sonriendo.
-No.
–respondió él.
Ella se
levantó corriendo hacía la habitación de sus padres, y cogió el primer bañador
masculino que vio. Era negro, con rayas rojas en la parte inferior.
-Pruébatelo.
–le lanzó el bañador a Dylan.
Él con un
gesto le dijo que se girara.
-Ah,
perdón. –se giró ella.
Después de
unos minutos en silencio donde solo se oían pequeños ruidos que hacía el
bañador al entrar en contacto con la piel de Dylan.
-Creo que
me va grande. –dijo él aliviado al no tener que recurrir a ningún plan de Sayl.
Ella se
levantó y sacó del armario una caja roja. La abrió y sacó una aguja de coser e
hilo negro.
-¿Qué vas a
hacer? –preguntó él algo asustado.
Ella, sin
decir nada, se acercó y se agacho delante de Dylan. Calculó cuanto le sobraba
del bañador y empezó a pasar la aguja por las telas de éste.
-Como se te
caiga el bañador… –la amenazó él.
-Tranquilo,
no tengo interés en ver nada. –se rió ella.
Él suspiró
y miró al techo.
-Ya esta.
–dijo ella sacudiéndose las manos y acercándose a la caja para volver a
depositar la aguja y el hilo en su sitio.
-Oye, eres
un poco patosa, ¿no? –dijo él fijándose en los “apaños” que le había echo en el
bañador.
-Da igual,
no nos verá nadie. –dijo ella con cierto aire de picardía.
Dylan cada
vez estaba más asustado. Recordó una vez que Sayl se emborrachó y se puso a
decirle chorradas por correo. Posiblemente fue por cosas de ese estilo por las
que se dejaron de hablar.
Sayl se
puso el bañador en poco tiempo mientras Dylan se giraba mirando hacía la pared.
Después se
colocó una camiseta por encima, él hizo lo mismo.
Después
ella cogió una bolsa de la cual Dylan no sabía nada y le condujo hasta la
estación.
-¿Vamos a
coger un tren? –preguntó.
-¡Nos vamos
a una playa de Bristol! –soltó ella por fin desvelando la sorpresa.
-¡¿Estás
loca?!
-¿Porqué?
–preguntó.
-Allí hay
mucha gente. Parece que no has entendido nada. No fui a la piscina porque me
avergüenzo de lo que me pasa. ¡Que me vean mil personas no soluciona mi
problema! –dijo él enfadado.
-Confía en mí.
–dijo ella.
Dylan no
confiaba para nada en ella, pero no podía hacer otra cosa que seguirla.
Se subieron
al tren que llevaba a Bristol, en unas dos horas estarían allí. Se sentaron uno
al lado del otro. Sayl se quedó dormida y apoyó su cabeza en el hombro de
Dylan.
De repente
el tren dio un frenazo que hizo que ella se cayera sobre las rodillas de él y
se despertara. Se puso nerviosa y se levantó de golpe.
-Perdona.
–dijo.
Dylan movió
la cabeza como diciendo que no pasaba nada. Entonces se dieron cuenta de que
habían llegado ya.
Bajaron las
gruesas escaleras hasta llegar abajo. Se respiraba un aire limpio que traía
pequeñas partículas de sal que le daban un ambiente a playa que a Dylan, aunque
no lo quisiese reconocer, le encantaba.
Estuvieron
andando un poco y por fin llegaron a la playa.
-¿Lo ves?
Está todo lleno de gente. –dijo él bajando la cabeza.
-Ven. –dijo
ella.
Pasaron por
encima de unas rocas bastante puntiagudas que les habrían echo daño en los pies
si no fuera porque Sayl había traído dos pares de bambas en la misteriosa bolsa
que había cargado durante todo el trayecto.
Cuando
llegaron abajo un bosque espeso lleno de árboles les hacía más complicado el
paso. Tardaron media hora en travesar el bosque que les llevó a una playa
solitaria la cual Sayl ya conocía muy bien.
Dylan se
quedó sorprendido, maravillado y también orgulloso de haber seguido a Sayl
hasta el final. Ella sonrió y se acercó a la orilla de la playa, donde depositó
la misteriosa bolsa.
De ella
sacó dos toallas que colocó cuidadosamente sobre el suelo.
-Vaya…
¿Cómo conociste este sitio? –preguntó él.
-Un amigo
me trajo aquí hace mucho. –contestó.
Sayl se
quitó la camiseta lentamente, y Dylan se quedó embobado mirándola sin decir
nada.
-¿Qué
miras? –se rió ella.
-Nada.
–dijo disimulando él.
-Venga,
quítate la camiseta tu también. –dijo ella tirándole un puñado de arena.
-¡Eh!
–exclamó él.
-Guerra de
arena, te aviso que soy una experta.
-Oh, ¿en
serio? Porque yo también. Prepárate. –dijo él riendo.
Se quitó la
camiseta al mismo tiempo que cogía un puñado grande de arena. Después se lo
tiró a Sayl, que lo intentó esquivar pero no pudo.
Cuando
Dylan ya estaba cerca de la orilla, ella se le acercó y le empujó para que
cayera en el agua.
-¡Qué fría!
–exclamó él.
-Claro que
te parece fría, en Andalucía vuestras playas son más cálidas por lo que tengo
entendido, ya que están mas al sur –le explicó ella.
-La verdad
este año he suspendido geología pero vale.
Ella soltó
diversas carcajadas. Entonces él se levantó y se acercó, la cogió de la
cintura, y la lanzó al agua.
-¡Eh!
¡¿Cómo te atreves?! –replicó ella.
-Fría, ¿eh?
–se rió él.
Entonces Dylan
volvió a meterse dentro del agua y ambos explotaron otra vez a carcajadas.
Estuvieron
hablando metidos dentro del agua, lo más curioso fue que no hablaron ni una
sola vez de los viejos tiempos, hablaban del instituto, de sus amigos, del
verano…
A las siete
y media aproximadamente decidieron salir del agua y sentarse en las toallas que
previamente Sayl había colocado sobre el suelo.
-Gracias
por traerme aquí, me lo he pasado muy bien. –le agradeció él.
-No hay de
que, yo también he disfrutado. –dijo ella.
Después de
eso volvieron a pasar por el espeso
bosque, travesaron las piedras equipados con las bambas, y cogieron el tren en
la estación de Bristol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario