martes, 10 de abril de 2012

SW ~ Capítulo 4. Te quiero

No le vi, pasó una semana y no conseguí verle, hasta el martes, pero cuando lo tuve delante no pude articular ni una sola palabra.
Por eso decidí escribirle una carta:
"Después de todo este tiempo en el que no nos hemos visto, he reflexionado, posiblemente fuera lo que tu querías. Bueno, después de pensarlo mucho, quizás demasiado, he decidido que quiero intentarlo, en serio, no es broma. Supongo que después de aquello me asusté, pero... Te quiero" -se la dejé en la puerta de la casa desde donde siempre lo había visto salir (por lo tanto deducí que era su casa).
Al día siguiente volví a verlo, allí, quieto frente a mi, esta vez pude sonreirle, y él me devolvió la sonrisa, como solía hacer.
Después de clase se me acercó, sin decir nada me sujetó contra la pared y me besó, fue un beso largo que duró minutos, quizá horas, no me pareció muy romántico, pero quise creer que lo era.
Cuando terminó me susurró al oído: "Te quiero"- me agarró de la mano y andamos juntos hasta mi casa, justo después él se encaminó para la suya. 
-Nos veremos mañana. -sonrió.
-Vale. -contesté.
Antes de que cerrara la puerta algo se interpuso en medio, justo en medio.
-Espera, ¿tienes un minuto?
-S... Supongo.
Me agarró de la mano de nuevo y me llevó hasta su casa.
Era como la mía, solo que algo más pequeña, y con una habitación menos. Nos encaminamos juntos hacia su habitación.
Cuando entré me sorprendí. Estaba llena de fotos en las que aparecía una chica con la cara recortada, en algunas aparecía con Dylan. 
-Debiste sufrir bastante por ello.
-Si, eso creo. Pero ahora quiero cambiar estas fotos por otras nuevas, y quiero que aparezcas tú.
En ese momento seguramente me pondría más colorada que un tomate.
-Está bien. -respondí tímidamente.
-Mañana es sábado. ¿Quedamos?
-Claro. -sonreí.
Recorrí el pasillo y volví a salir. Miré al cielo que ya estaba casi negro, en otra ocasión me habría echo esas preguntas que solía hacerme sobre astronomia, pero era tarde, estaba demasiado contenta y emocionada como para pensar en cosas como esa.

jueves, 5 de abril de 2012

SW ~ Capítulo 3. Encantada de conocerte

Permanecimos largos minutos en silencio, sentados en el césped. 
Me tranquilizaba estar allí, y saber que no estaba sola, que alguien me apoyaba y estaba allí conmigo.
-¿Mañana vendrás a clase? -preguntó de repente.
-Si, si no me levanto tarde. -sonreí.
El me devolvió la sonrisa, yo enseguida me giré, aún no comprendo muy bien porque.
-Bueno, ya se va haciendo tarde, tus padres se preocuparán. -dijo levantándose.
-Tienes razón. -contesté sonriendo.
Esta vez me cogió de la mano, y juntos caminamos hasta llegar a casa.
-Reconozco que me has caído bien, no eres lo que yo pensaba.
-Bueno... Has conocido mi parte maja. -rió.
Le dediqué una última sonrisa y cerré la puerta. 
Me encaminé a mi habitación, contenta, hacía mucho que no pasaba una tarde como esa. Me encerré en mi habitación, y aunque me costó, finalmente logré dormir. 
Esta vez me levanté a la hora, o incluso antes. Me vestí rápido, desayuné un par de galletas y salí.
La primera clase era de historia, y a mi lado se sentaba aquél chico, Dylan, así se llamaba. Nunca estaba atento en clase, pero no sacaba malas notas.
Cuando había pasado un cuarto de hora puso su estuche en medio de nuestras mesas, y sacó un trozo de papel que colocó cuidadosamente debajo:
-¿Qué tal? -escribió.
-Bien, ¿y tú? -me apresuré a escribir.
-Mejor que bien.
-¿Por qué?
-Estoy enamorado.
Me eché a reír.
-¿Cómo se llama? -seguí escribiendo.
-Ashley.
-Que nombre tan feo. 
-No, es precioso, como la chica.
-¿En serio? 
-Te quiero.
Dejé de escribir, supongo que no supe que contestar. Él lo comprendió, así que no escribió más.
A la salida lo busqué para hablar con él, pero no lo encontré, bueno, era mejor así, tenía toda una noche para pensar en lo que debía hacer ahora.

SW ~ Capítulo 2. Adiós, Alan

Me desperté tarde, porque no oí el despertador. Llegaba una hora tarde, preferí no ir y decir al día siguiente que estaba enferma.
Me pasé la mañana tumbada en el sofá, mamá ya se había ido a trabajar así que estaba sola.
De repente llamaron al teléfono.
-¿Si?
-Hola, ¿Ashley?
-Si, hola Alan. -dije tímida.
Haré una pausa para explicaros, Alan es mi novio, desde primero de secundaria, pero el va al instituto donde iba, y ahora estamos bastante separados.
-Ashley, debo decirte algo. -dijo.
-¿El qué?
-Estoy con otra... -siguió- bueno, pues eso...
Colgué el teléfono antes de que me explicara algo que me derrumbara aún más. No pude evitar echarme a llorar y estrujar el cojín con fuerza.
Se hizo la hora de comer, pero no tenía hambre. Llamaron al timbre.
-¡No quiero ver a nadie! -grité.
-Pero yo a ti si. -respondió el chico que se encontraba detrás de la puerta.
Esa voz... Otra vez, el chico rubio del instituto... Esta vez decidí abrir, necesitaba a alguien a mi lado, por muy estúpido que pudiera ser.
-¿Por qué no has venido?
-Me he despertado tarde. -dije secándome las lágrimas con la manga de mi camisa.
-¿Y por qué lloras?
-¿Por qué tantas preguntas?
-Ven, anda.
Me agarró de la mano y me hizo salir a la calle, le pedí que esperara, cogí las llaves y cerré la puerta.
No esperó a que dijera nada, me agarró de la cintura como si fuésemos pareja, y empezó a andar.
Ni siquiera me miraba, en cambio yo no podía parar de hacerlo, era extraño, cuantos más minutos pasaba a su lado, más bien me sentía. Pero no podía evitar tener cierto miedo sabiendo que era un degenerado como todos mis otros compañeros.
Me pidió que cerrara los ojos, y aunque cada vez desconfiaba más, lo hice.
Notaba que mis zapatillas rozaban con piedras, a veces él me agarraba más fuerte de la cintura y me hacía ir para una dirección o para otra.
-¿Adonde vamos?
No contestó. Pasó un rato, quizá diez, o quince minutos.
-Abre los ojos. -me pidió.
Obedecí. Era un sitio precioso, donde ni siquiera se oía el ruido de los coches de la ciudad, todo eran árboles, y un estanque poco profundo en el centro.
-Aquí es donde vengo cuando estoy triste... -siguió- y bien, ¿ahora me contarás qué te pasa?
-Mi novio me ha dejado.
-¿Y qué?
-¿Cómo que "y qué"? Para ti es muy fácil, cambias más de chica que de camiseta, pero yo lo quería...
-Te corrijo en esa frase de "que yo cambio más de chica que de camiseta" simplemente no cambio porque no tengo chica, desde que me dejó mi última novia hace tres años. Y no deberías deprimirte tanto, eres muy guapa, fijo que medio instituto te va detrás, tú si que podrías cambiar de chico más que de camiseta. -rió.
Yo también reí, aunque no de una forma demasiado sincera.

miércoles, 4 de abril de 2012

SW ~ Capítulo 1. Nuevo instituto

Soy Ashley, soy una de esas chicas que tienen millones de amigas, pero que puede compaginarlo todo con los estudios. Pero también soy una de esas chicas con tan mala suerte que cuando todo va bien me cambian a otro instituto, en realidad no entiendo muy bien por qué, ya que el instituto al que voy ahora está en la misma ciudad (solo que en la otra punta) que el otro.
Bien, pues este instituto está lleno de degenerados que solo pueden pensar en el sexo y la fiesta.
Como podréis comprender, aquí no tengo muchos amigos, por no decir ninguno. Y hasta ayer pasaba desapercibida.
Entré al despacho del director a toda prisa.
-Ashley, ¿qué tal llevas todo esto?
-Bueno... Bien. -le dediqué una sonrisa.
-Me alegro. -me la devolvió.- tus notas son excelentes, no tenemos ninguna queja, siga así.
-Gracias, yo... Quería pedirle que me cambiara de clase... -bajé la mirada.
-¿Alguien te está molestando?
-Em... No, no, es que... No me gusta el ambiente, solo eso.
-En todas las clases encontrarás el mismo ambiente, señorita. -rió.
-Bueno, gracias igualmente. -dije.
Salí por la puerta del despacho y recorrí el pasillo a toda prisa.
-Eh, guapa, ¿qué haces esta noche? -me dijo un chico alto y rubio.
-Dormir. -respondí con aires de superioridad.
-Ja, ja. ¿Y ahora?
-Irme a casa, ¿o es qué no lo ves?
-¿Y por qué no te quedas un rato conmigo? -me acarició el pelo.
-Gracias, tengo novio. -contesté.
Permaneció quieto mientras yo me alejaba. Cuando ya no me podía ver eché a correr asustada, solo tenía ganas de llegar a casa.
Cuando entré cerré la puerta deprisa, vi que mi madre me había dejado una nota encima de la mesa, la leí con atención: Estoy fuera, volveré tarde, te he dejado una ensalada en la nevera, no quiero que estés sin cenar, ¿vale? -Mamá.
Abrí la nevera, agarré el bol de ensalada y lo aboqué todo en un plato. Decidí esperar, ya que no tenía hambre, me quité los pantalones, y la camiseta la cambié por una de tirantes que dejaba al descubierto la mitad de mi barriga, hacía demasiado calor.
Cogí el reproductor de CDs y puse música. Me tumbé en la cama a escucharla.
De repente sonó el timbre. "Claro mamá, llegarás tarde, claro..." pensaba mientras corría por el pasillo.
Abrí la puerta confiada. ¡Era el chico del instituto! Quedé perpleja ante la situación, ni siquiera podía cerrar la puerta.
-Vaya, somos vecinos. ¿No vas un poco... cómo decirlo? -dijo con su sonrisa característica.
Cerré la puerta rápidamente.
-Espera. -dije.
Me vestí rápidamente y volví a abrir, pero cuando llegué ya se había ido. Cerré la puerta con fuerza y rabia.
Me dirigí a la cocina, observé el plato de ensalada, no tenía hambre.
Lo agarré y lo metí en la nevera, me daba igual que mi madre me riñera, o cualquier otra tontería por el estilo. Ahora solo quería descansar y prepararme para un nuevo día en el nuevo instituto.

lunes, 2 de abril de 2012

Enamorarte.

Todo esto no ha servido de nada. Nada me ha hecho cambiar, a pesar de todo sigo siendo la misma jodida niña mimada que el verano pasado se enamoró.
No se que esperaba exactamente, posiblemente cambiar, y hacer que él se enamorase de mi. He cambiado mis gustos, mi personalidad, mis vicios, mi aspecto, y se podría decir que todo por él. Pero ni siquiera se ha fijado en mí.
Ahora me es difícil volver atrás, ya no se ni lo que soy ni lo que era, pero no puedo hacer nada, ahora mi personalidad es mi único vicio, esa personalidad de chica mala que me fascinaba tanto, se que debo cambiar, pero no quiero.
Nadie me dirá lo que debo hacer, estoy sola en esto. 
Ahora es el único momento en el que puedo decidir que vida llevar, pero no llego a ver el futuro, no se que escoger.
Ya me da igual todo, incluso las personas que un día me llegaron a importar, incluso él.
Empecé con esto para gustarle y acabé olvidándole, pero pagué un precio, que fue olvidarme del resto del mundo.




Completos Desconocidos + Pequeños Inocentes


ANTES DE LEER
Es la historia con el final más abierto que puede haber, más que nada porque aún no está terminada (ni la pienso terminar), el caso es que compliqué demasiado la trama y la dejé así.
Bueno, espero que os guste, aunque no es de las mejores que tengo.

Completos Desconocidos ~
Se dio la vuelta para dedicarme una última sonrisa que me marcó para siempre. Porque lo que más duele es perder el único ser que llegaste a amar con locura en algún instante de tu vida.
La mía siempre ha sido un tanto extraña y no la han ocupado demasiadas personas, es más, incluso mis padres llegaron a ser completos desconocidos. De echo todo lo que me rodeaba me resultaba desconocido hasta que lo conocí a él, no era como me lo había imaginado, no era rubio ni tenía unos ojos azul cielo que te pusieran los pelos de punta, tampoco “estaba bueno”, más bien era lo contrario de todo eso, tenía el pelo negro azabache, con un gran flequillo que llegaba a cubrirle parte del ojo derecho, unos ojos marrones y era muy delgado (casi no comía). Nuestro encuentro no fue muy especial, nos conocimos cuando apenas teníamos 14 años en una tienda de discos de la zona.
Casualmente compartíamos gustos musicales así que enseguida nos vimos capaces de entablar una conversación.
Al principio no me sentí nada atraída por él, es más, jamás pensé que llegaría a quererle como le llegué a querer.
A los dieciséis años nos besamos por primera vez, tampoco fue ni mucho menos como lo imaginé, siempre había pensado que el primer beso se daba bajo la lluvia en una calle desierta o en una playa donde los rayos de sol estubieran a punto de extinguirse, pero no, fue en un concierto, lleno de gente y con la música destrozando nuestros oídos. Después de eso empezamos a salir, pero enseguida vimos que no podíamos mantener una relación así, y lo dejamos, supongo que no estábamos hechos para estar juntos.
Después de unos meses sin dirigirnos la palabra volvimos a hablarnos como amigos de toda la vida, imagino que era porque ambos sabíamos que solo nos teníamos el uno al otro, no había nadie más.
A los diecisiete fue cuando todo empeoró, Alan, así se llamaba él, y yo salíamos cada sábado por las calles de Londres, y nos quedábamos allí hasta muy tarde, un día no volvimos a casa. Él y yo nos sentamos en el escaparate de una tienda, todo estaba cerrado. Nadie deambulaba por las calles a esas horas de la madrugada, algún niño se asomaba a la ventana para vernos, y nosotros nos reíamos mientras lo mirábamos. Poco después una furgoneta se paró delante de nosotros, varios hombres vestidos como militares bajaron del vehículo, nos ataron con cuerdas y nos metieron dentro. Eso es lo único que recuerdo de esa noche.
A la mañana siguiente noté que la luz acariciaba mis párpados, y no dudé en abrir los ojos. Ya no estaba en la furgoneta, ahora estaba en una habitación luminosa con un armario, una cama y una alfombra que cubría parte del suelo.
Alan ya no estaba conmigo, ahora estaba sola, me levante, di unos pasos, como la habitación era tan pequeña no tardé ni medio segundo en llegar a la puerta, la abrí cuidadosamente y comprobé que nadie estuviera mirándome. Cuando llegué a la entrada dos hombres me estaban esperando, me dijeron que ya no podía volver a casa, me habían traído aquí para trabajar. Enseguida comprendí e intenté huir pero otro hombre vestido como los que me metieron en la furgoneta el día anterior me agarró por detrás y no pude moverme.
-¿Dónde está Alan? –pregunté.
-Tranquila, podrás ver a tu amigo más tarde. –contestó uno de los hombres.

Estaba claro, me habían capturado para meterme en algún local a hacer de puta, aunque de hecho me daba igual, mi vida ya era bastante pésima, no me importaba que tuviera que empeorar más.
Me fui por donde había venido y regresé a la pequeña habitación. Me tumbé en la cama, intentaba convencerme de que todo me daba igual.
De pronto la puerta de la habitación se abrió, era él, Alan, la primera palabra que salió de su boca al verme fue: “Perdón”; no tardó en contarme que todo estaba perfectamente planeado y que él era el culpable, llegué a pensar que era un sueño, que todo eso no estaba pasando, pero era así.
Alan era drogadicto, sus vendedores se cabrearon con él por no pagar sus deudas y acabó engañando a chicas como yo para que se hicieran prostitutas, por cada chica que traía ganaba bastante pasta con la cual pagaba sus deudas y compraba más y más. Yo no me lo podía creer, el chico en el que tanto confié, al que me dejé robar el primer beso… Resulta que en realidad es un tío de esos a los que solo les importan el dinero y las drogas.
Decepcionada le dije que se fuera, él no hizo caso y se quedó quieto frente a mi. Yo no me atrevía a dirigirle la mirada, más bien no quería, ahora mismo le odiaba. Cuanto más me miraba más rabia me daba. Ese día me juré a mi misma no volver a sentir lo que sentí con Alan por ninguna otra persona. No obstante mi promesa duró poco, ya que Alan volvió a ser alguien importante para mi, solo con un simple “Te quiero”.
Decidí perder la virginidad con él antes que con un tío podrido de dinero que va a los clubes a divertirse un rato con cualquier chica que se les presente.
No fue como esperaba, supongo que Alan no es el típico chico romántico que todas las chicas creen, o solo lo es por fuera, en realidad las chicas no le importan una mierda, solo se preocupa por él mismo. Y yo como una tonta dejaba que hiciera conmigo lo que le apetecía, y no me refiero solo a sexo.
Un día me cansé, hice la maleta y cogí el primer tren a Brooklyn sin que nadie se enterara, cuando se dieran cuenta ya sería demasiado tarde.
Conseguí cogerle bastante dinero al “jefe” así que tenía lo suficiente para vivir durante unos meses en algún hotel de allí.
Nada podía ir mejor, mi vida cambió por completo, empecé a hacer amigos por todos los sitios a los que iba, incluso tuve varios novios, aunque el que más me marcó fue Derek, tocaba la guitarra para una banda de rock, y me ayudó mucho cuando estaba allí. No obstante a los pocos meses Alan descubrió donde me encontraba y tuve que huir lejos, no logré despedirme de nadie, aunque luego llamé a Derek desde una cabina telefónica con el poco dinero que había conseguido coger antes de la llegada de Alan. Me dijo que me mandaría dinero al apartado de correos que le dijera, y así lo hizo. Tuve bastante para sobrevivir unos meses más, esta vez en Jersey.
Me las apañé para conseguir trabajo a media jornada, me costó bastante ya que no tenía ningún estudio ni matriculación, de hecho aún no comprendo como pudieron contratarme. Era una pizzería italiana, lo único que debía hacer era llevar las pizzas a las direcciones que el jefe me daba. Cada mes ganaba 1.326 $, me bastaba para vivir, incluso diría que me sobraba.

ANTES DE LEER
Si, en esta entrada hay dos relatos, la trama de este segundo está mucho mejor, aunque también está inacabado y quizá la expresión es más pobre porque hace un año que lo hice. Bueno...¡Espero que os guste!

Pequeños Inocentes~
Era sábado, ese sábado tan esperado en el que los padres de Sayl se iban a Francia por asuntos de trabajo. A ella le gustaba estar sola, sentir que no había nadie en casa la relajaba. Sus padres se fueron a las nueve de la mañana, y ella se hizo la dormida para que no se despidiesen con los atosigantes besos que acostumbraban a dar. Cuando oyó que la puerta se cerraba abrió los ojos y pensó que quizá había estado un poco cruel, pero ella era una chica mala, una chica sin sentimientos ni emociones. Se reía cada vez que pensaba en eso.
Un día perfecto; nubarrones negros ocupaban todo el cielo, y pequeños cristales de hielo denominados nieve caían suavemente sobre el suelo.
Sayl tenía pensado salir a tomar el aire, seguramente no habría ni un alma por la calle, cosa que no le disgustaba.
Pero Sayl no sabía que todos sus planes se iban a tener que suspender, gracias a la persona que menos esperaba recibir.
Llamaron al timbre, Sayl se extrañó, no esperaba recibir ninguna visita.
-¿Sí? –preguntó.
-Hola, ¿eres Sayl? –contestó un chico al otro lado de la puerta.
-Me suena tu voz, ¿quién eres?
-Ábreme, soy Dylan.
Sayl se sorprendió. ¿Dylan? Al parecer ella había estado metida en una Web de Internet, donde lo conoció. Hacía mucho que no se hablaban, además él vivía muy lejos de Londres, para ser mas concretos vivía en Andalucía.
Sin hacerse mas preguntas tontas, Sayl abrió la puerta.
Delante suyo una silueta difuminada y borrosa, con las manos en los bolsillos.
Sayl sintió nostalgia al recordar esas conversaciones de hace dos años.
-Bueno, ¿para qué has venido?
-Para hablar contigo.
-Pero si casi no nos hablamos. –dijo Sayl.
-Lo se, por eso mismo. Necesito hablar con alguien que no me conozca demasiado.
Ella le hizo pasar. Los dos se sentaron en las viejas sillas del comedor, y permanecieron largos minutos en silencio.
-Siento molestarte, necesitaba a alguien con quien no tuviera mucho contacto, y de esos tu eres la que me cae mejor. –dijo él.
-¿Lo debo considerar un honor? –se rió ella.
-Necesito ayuda Sayl. –contestó él seriamente.
-Bien, ¿qué quieres? –se puso seria.
-El otro día me invitaron a ir a la piscina. ¿Sabes qué dije?
-¿Qué dijiste?
-Que no.
-¿Por qué? –preguntó ella sorprendida.
Dylan se levantó y se colocó de espaldas en la blanca baldosa que había en frente de la silla donde estaba sentada Sayl. Entonces se llevó las manos a la cintura y lentamente se levantó la camiseta negra, dejando así su espalda al descubierto.
Ella se quedó perpleja, sorprendida y asustada. Se levantó:
-Perdona, no se me da bien consolar.
Él no dijo nada.
La espalda de Dylan estaba llena arañazos, moratones, rasguños y heridas que comenzaban en la parte de arriba esparciéndose a los lados y que luego descendían no se podía determinar hasta donde ya que el pantalón cubría una parte de ellas.
-¿Quién te lo ha hecho? –preguntó ella.
-Mi madre. –respondió él con cierto aire melancólico.
-¿Tienes bañador? –preguntó ella sonriendo.
-No. –respondió él.
Ella se levantó corriendo hacía la habitación de sus padres, y cogió el primer bañador masculino que vio. Era negro, con rayas rojas en la parte inferior.
-Pruébatelo. –le lanzó el bañador a Dylan.
Él con un gesto le dijo que se girara.
-Ah, perdón. –se giró ella.
Después de unos minutos en silencio donde solo se oían pequeños ruidos que hacía el bañador al entrar en contacto con la piel de Dylan.
-Creo que me va grande. –dijo él aliviado al no tener que recurrir a ningún plan de Sayl.
Ella se levantó y sacó del armario una caja roja. La abrió y sacó una aguja de coser e hilo negro.
-¿Qué vas a hacer? –preguntó él algo asustado.
Ella, sin decir nada, se acercó y se agacho delante de Dylan. Calculó cuanto le sobraba del bañador y empezó a pasar la aguja por las telas de éste.
-Como se te caiga el bañador… –la amenazó él.
-Tranquilo, no tengo interés en ver nada. –se rió ella.
Él suspiró y miró al techo.
-Ya esta. –dijo ella sacudiéndose las manos y acercándose a la caja para volver a depositar la aguja y el hilo en su sitio.
-Oye, eres un poco patosa, ¿no? –dijo él fijándose en los “apaños” que le había echo en el bañador.
-Da igual, no nos verá nadie. –dijo ella con cierto aire de picardía.
Dylan cada vez estaba más asustado. Recordó una vez que Sayl se emborrachó y se puso a decirle chorradas por correo. Posiblemente fue por cosas de ese estilo por las que se dejaron de hablar.
Sayl se puso el bañador en poco tiempo mientras Dylan se giraba mirando hacía la pared.
Después se colocó una camiseta por encima, él hizo lo mismo.
Después ella cogió una bolsa de la cual Dylan no sabía nada y le condujo hasta la estación.
-¿Vamos a coger un tren? –preguntó.
-¡Nos vamos a una playa de Bristol! –soltó ella por fin desvelando la sorpresa.
-¡¿Estás loca?!
-¿Porqué? –preguntó.
-Allí hay mucha gente. Parece que no has entendido nada. No fui a la piscina porque me avergüenzo de lo que me pasa. ¡Que me vean mil personas no soluciona mi problema! –dijo él enfadado.
-Confía en mí. –dijo ella.
Dylan no confiaba para nada en ella, pero no podía hacer otra cosa que seguirla.
Se subieron al tren que llevaba a Bristol, en unas dos horas estarían allí. Se sentaron uno al lado del otro. Sayl se quedó dormida y apoyó su cabeza en el hombro de Dylan.
De repente el tren dio un frenazo que hizo que ella se cayera sobre las rodillas de él y se despertara. Se puso nerviosa y se levantó de golpe.
-Perdona. –dijo.
Dylan movió la cabeza como diciendo que no pasaba nada. Entonces se dieron cuenta de que habían llegado ya.
Bajaron las gruesas escaleras hasta llegar abajo. Se respiraba un aire limpio que traía pequeñas partículas de sal que le daban un ambiente a playa que a Dylan, aunque no lo quisiese reconocer, le encantaba.
Estuvieron andando un poco y por fin llegaron a la playa.
-¿Lo ves? Está todo lleno de gente. –dijo él bajando la cabeza.
-Ven. –dijo ella.
Pasaron por encima de unas rocas bastante puntiagudas que les habrían echo daño en los pies si no fuera porque Sayl había traído dos pares de bambas en la misteriosa bolsa que había cargado durante todo el trayecto.
Cuando llegaron abajo un bosque espeso lleno de árboles les hacía más complicado el paso. Tardaron media hora en travesar el bosque que les llevó a una playa solitaria la cual Sayl ya conocía muy bien.
Dylan se quedó sorprendido, maravillado y también orgulloso de haber seguido a Sayl hasta el final. Ella sonrió y se acercó a la orilla de la playa, donde depositó la misteriosa bolsa.
De ella sacó dos toallas que colocó cuidadosamente sobre el suelo.
-Vaya… ¿Cómo conociste este sitio? –preguntó él.
-Un amigo me trajo aquí hace mucho. –contestó.
Sayl se quitó la camiseta lentamente, y Dylan se quedó embobado mirándola sin decir nada.
-¿Qué miras? –se rió ella.
-Nada. –dijo disimulando él.
-Venga, quítate la camiseta tu también. –dijo ella tirándole un puñado de arena.
-¡Eh! –exclamó él.
-Guerra de arena, te aviso que soy una experta.
-Oh, ¿en serio? Porque yo también. Prepárate. –dijo él riendo.
Se quitó la camiseta al mismo tiempo que cogía un puñado grande de arena. Después se lo tiró a Sayl, que lo intentó esquivar pero no pudo.
Cuando Dylan ya estaba cerca de la orilla, ella se le acercó y le empujó para que cayera en el agua.
-¡Qué fría! –exclamó él.
-Claro que te parece fría, en Andalucía vuestras playas son más cálidas por lo que tengo entendido, ya que están mas al sur –le explicó ella.
-La verdad este año he suspendido geología pero vale.
Ella soltó diversas carcajadas. Entonces él se levantó y se acercó, la cogió de la cintura, y la lanzó al agua.
-¡Eh! ¡¿Cómo te atreves?! –replicó ella.
-Fría, ¿eh? –se rió él.
Entonces Dylan volvió a meterse dentro del agua y ambos explotaron otra vez a carcajadas.
Estuvieron hablando metidos dentro del agua, lo más curioso fue que no hablaron ni una sola vez de los viejos tiempos, hablaban del instituto, de sus amigos, del verano…
A las siete y media aproximadamente decidieron salir del agua y sentarse en las toallas que previamente Sayl había colocado sobre el suelo.
-Gracias por traerme aquí, me lo he pasado muy bien. –le agradeció él.
-No hay de que, yo también he disfrutado. –dijo ella.
Después de eso volvieron  a pasar por el espeso bosque, travesaron las piedras equipados con las bambas, y cogieron el tren en la estación de Bristol.